miércoles, junio 12, 2013

Leer es viajar

Para ti, viajero, va a suceder ahora un hecho extraordinario que, si lo piensas bien, te puede convertir en un ser privilegiado. Has llegado a la ventanilla de tu estación -ya sea de tren, autobús o de barco- y, al otro lado del mostrador, alguien te ha dado un billete en el que está escrito el nombre del lugar al que tú has solicitado ir. Pues léelo con atención: en él se encierra toda una historia. 

Ese billete es como la portada de un libro. Tenlo entre los dedos muy despacio, con la intrigada ternura con la que acaricias el pétalo de una flor. Entorna, mientras, los ojos y deja que divague la memoria. No vayas a olvidar nunca que vivir es viajar. Ya nos los advirtió Dante en la Divina Comedia: "Nel mezzo del cammin di nostra vita". O, si no, también don Antonio Machado; "caminante, se hace camino al andar".

Has llegado al andén que es la víspera del sueño pues, así mismo, el viaje es un sueño. ¿Sabes lo que va a ocurrir en el trayecto? ¿Sabes lo que te encontrarás a la llegada? El ejercicio de imaginación que supone pensarlo, te abre las primeras páginas de un libro que estás dispuesto a leer. ¿O será a escribir?
Si es el de tu vida, sólo tu lo lees; si es el de tu viaje, sólo tú lo vas a escribir. Por eso que no se te olvide que el escritor es el primer lector de su obra, y el lector, el autor de un viaje maravilloso.
Porque digámoslo ya, la lectura es un viaje, es una historia en la que el papel de protagonista se te tiene reservado a ti.
Te has subido a tu vehículo. El asiento acoge tu cuerpo con la amabilidad complacida que sólo aportan los detalles. En cuanto empieces a moverte verás por la ventanilla que el mundo es siempre distinto. Lo mismo que enfrascarse en la lectura de un libro: con ser las mismas letras, con estar las páginas siempre en el mismo sitio que señala el número que las marca, cada vez que se lee, la vida empieza de una forma irrepetible.
Así es que, por trivial que pueda ser tu desplazamiento a un lugar, piensa, viajero, que eso que estás haciendo es una oportunidad única que  jamás se te va a volver a repetir, porque ese paisaje que estás viendo es un destello de presencias que arde en tus ojos. 
Y tal vez ese paisaje que se le va revelando a tus pupilas sea como los latidos de tu corazón: cada uno de ellos sigue siendo el mismo desde que naciste, y por eso no le prestas atención, pero el último -ponte la mano en el costado izquierdo y aprieta: ¡sí, en ese sitio!- es el que, de verdad, te da la vida o su ausencia, te la quita.
Por todo ello, viajero, siéntete ahora un ser privilegiado pero con esa sincera simplicidad de la que carece el ufano orgulloso. Lo que se te presenta es un regalo y ni que decir tiene que los dones gratuitos son tan escasos en esta vida que siempre se prometen para la otra. ¡Aprovéchate! Así pues, mirar, mirar por la ventanilla, mirar para ver, y no te extrañe, viajero, si alguna vez te sorprendes al contemplar reflejado en el cristal tu rostro con un gesto de exclamación gozosa que acaso esté dibujado con la ingenuidad de la cara de un niño. No te lo vayas a reprochar, ni intentes simular poniendo cara de recién llegado, ni procures borrar de tu cara ese gesto: sólo florece aquello que se abona y riega.
Y con todo este cavilar ya casi has llegado a tu destino. Y aquí sí que hay que ser cauto porque, por un lado, significa llegar al final del trayecto pero, por otro, es iniciar la vida en otra estancia. Sin agobios hay que reconocer que cuando tus pies pisan el andén en la llegada, andarás dando un paso y a la vez dejando una huella. Y ahí es donde está el secreto: el futuro y el pasado los llevas en tus zapatos, que ojalá los gasten sólo los viajes y nunca la miseria. Por eso, lo mejor es poner en los labios el sosiego que significa saludar a quien nos viene a recibir y ha estado allí aguardando el tiempo del encuentro.
Entonces con llegar, has cumplido tu sueño: escapar.



Fragmento de Fidel Villar Ribot.







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